Se aceptan adhesiones de Radicales

 

Scuzzi-Palermo, Buenos Aires, miércoles 26 de marzo de 2014

Sr. Presidente del Comité Nacional de la UCR Dr. Ernesto Sanz

Ref.: Convocatoria al debate entre los afiliados

De nuestra consideración:

En oportunidad en que Vd. asumió el año pasado la presidencia del Comité
Nacional tuvimos el privilegio de saludarlo en el Café Victoria. En dicha
ocasión le expresamos brevemente la necesidad que en el espacio partidario
se abriera entre los afiliados un debate largamente postergado, a lo que
Vd. asintió efusivamente. Dos meses más tarde le enviamos un correo
electrónico reiterándole el pedido e invocando el art. 26 de la Carta
Orgánica del partido, el cual no fue contestado. Al poco tiempo, el 15 de
febrero, se registró una convocatoria suya reunida en un restaurant de la
ciudad de Luján, donde las autoridades partidarias y los legisladores y
gobernadores pertenecientes al partido celebraron a puertas cerradas una
llamada “cumbre política”.

No obstante ello, el espacio partidario, el del afiliado común, que no
ejerce cargo ni representación legislativa, sigue aún desmovilizado y
privado de debate alguno con el cual poder afrontar la adversidad de un
gobierno corrupto. Por todo ello, volvemos hoy a reiterarle,
encarecidamente, su responsabilidad en honrar el artículo 26 de la Carta
Orgánica partidaria, que prescribe la obligación de las autoridades de
convocar al afiliado periódicamente para que exprese su pensamiento y sus
preocupaciones ciudadanas.

Esta requisitoria pública no es fruto de antojos o aspiraciones personales
sino la resultante de una larga odisea de frustraciones, donde los intentos
de expresar nuestras ideas o volcar nuestras denuncias contra la
corrupción, por los canales partidarios, judiciales y periodísticos, se
vieron persistentemente rechazados, archivados e ignorados (ver Festejo
Sombrío en el Comité Nacional y Obsecuencia de los jueces al poder político
en Argentina). Esta agonizante experiencia nos ha confirmado la
verosimilitud de un severo diagnóstico: nuestro partido padece no solo de
senectud, lo que es normal en un partido centenario, sino lo que es grave,
de senilidad patológica, producto del desmedido abuso de prácticas
patrimonialistas y carismáticas, verdaderas placas seniles en regimenes
democrático-republicanos. Quien en estos sistemas se apropian del mando
controlan el micrófono, la pantalla y la difusión periodística, y con ellos
en su poder es dueño y señor de palabras, imágenes y mitos, y por
consiguiente manipula audiencias cautivas que convierten a la maquinaria de
un partido en un contubernio de operadores, funcional para maniobrar
trueques y enroques, es decir para zurcidos y fregados.

En este aparato o engranaje inerte, donde la Convención Nacional del
partido brilla por su ausencia, para el afiliado radical no existe espacio
ni oportunidad para expresar ideas o denunciar corrupciones, salvo la de
sufragar en comicios internos amañados con padrones que se vuelcan, en
boletas electorales con las que no se comulga, y en comicios cada vez más
escasos debido a la nueva competencia de las elecciones primarias abiertas
simultáneas y obligatorias (PASO).

Patrimonialista es una concepción pagana y premoderna de la política, que
consiste en concebir el poder como un objeto tangible susceptible de
dominio y no como una relación social que debe ser necesariamente
interactuada y razonada. De esa forma falaz y primitiva, devenido el
partido en un aparejo ortopédico, quienes en él detentan el poder lo
empuñan a discreción, como si operaran en un simulador de vuelo, con
botones, pedales y auriculares, sin dar respuesta ni participación alguna,
sin compartir el micrófono o la pantalla, y donde sus titulares son por
ende siempre los mismos protagonistas, con las mismas poleas y roldanas del
viejo titiritero, maquinando a los mismísimos soldados de Aída. Ellos son
los únicos en este aletargante show mediático que desfilan y peroran para
repetir como ventrílocuos idénticos clichés, sobre “consensuar acuerdos
[electorales]” con quienes habían sido paradójicamente desahuciados del
propio partido, pero son incapaces de recoger o elaborar una idea
transformadora o de efectuar una denuncia o de practicar una autocrítica
de ese pasado reciente y lejano, que fue obstinadamente remendado con
pactos y agachadas. Presumen ser depositarios de una verdad simbólica y
de un carisma sagrado, como si se tratara del Santo Grial, o más bien del
Santo Oficio, cuando todos los radicales somos conscientes que dicha
verdad ha venido siendo fatigosa y reiteradamente lastimada, con
premeditación y alevosía.

En una época en que no existía la imprenta, ni la radio ni la televisión ni
tampoco internet, quienes detentaban el poder también monopolizaban el
pensamiento, la palabra y la voluntad. Pero en esta pasmosa y peligrosa era
de la revolución digital, de la globalización y del asedio del
narcotráfico, la conducta patrimonialista que ejercen las actuales
autoridades, no sólo es grotescamente anacrónica, sino que es fatalmente
suicida para conducir los destinos de un partido político opositor, otrora
ejemplarmente virtuoso, moderno, progresista y popular. Como resultado de
este interesado desatino, aún el propio poder patrimonialista se ha ido
erosionando cada vez más, y hoy lo que resta de ese legado intestado se ha
venido evaporando, al extremo de posar como un vulnerable y obsoleto
despojo o más bien una ruina arqueológica, de lo que en aquel entonces fue
un pasado heroico de abstención, intransigencia, y renovación.

Sin embargo, inconscientes de su responsabilidad histórica y de estar
transitando una realidad potencialmente trágica, Vd. y las autoridades que
lo acompañan, persisten en no convocar a los afiliados al debate y en no
compartir el micrófono ni la pantalla, salvo con sus eventuales socios
electorales –con los cuales no compiten en ideas sino en candidaturas– a
riesgo de quedar los radicales y el pueblo todo del país cada vez más
desmovilizados, desvalidos, y expuestos a la violencia de la miseria, la
inseguridad y el narcotráfico.

Cordialmente,

Juan José Rosenberg                     Eduardo R. Saguier

Juan Carlos López                       Juan Méndez Avellaneda