Por EDUARDO R. SAGUIER

 

En un previo mensaje de mi autoría titulado «Mutar los Silencios en Lenguaje», publicado en la Lista de Discusión Electrónica Pol-Cien (Buenos Aires), el 9 de Julio del cte., manifesté que Tulio Halperín Donghi (*), por su celebridad como intelectual y humanista tenía la obligación moral de haber formulado durante el Proceso «…públicas denuncias y conferencias de prensa en Washington en defensa de los derechos humanos y de sus propios colegas compatriotas presos o desaparecidos». Asimismo, revelé que «…su prudente silencio y autocensura obedecían en realidad al mezquino afán de poder conservar su pasaporte, visitar asiduamente a su familia y hegemonizar vínculos con instituciones tales como los Institutos Di Tella y CEDES/CISEA/PEHESA».

También hice hincapié en que este «bajo perfil», sostenido por Halperín durante el Proceso «…no fue imitado por otros colegas, quienes como el caso de Ernesto Laclau, pese a tener su familia en Buenos Aires, en esos largos años optó por no regresar». Debo aclarar que no es esta la primera vez que menciono dicha capitulación moral, pues anteriormente había hecho referencia a la misma, pero aludiendo solo a un «célebre historiador argentino residente en Berkeley».

Como mi crítica fue reprochada por algunos colegas como que eran fruto de la chicana, la ingratitud, el rencor personal, o un afán parricida y de ensañamiento en las miserias ajenas, y que ¿quien era yo para cuestionar la integridad moral de Halperín?, preferí no insistir en la cuestión. Pero hoy, frente a la gran crisis moral que padecemos, y frente a la nueva instancia política de esperanza justiciera y reparadora que pareciera querer reabrirse con la caída del modelo neoliberal, también la ciencia y las humanidades deben dejar de vivir de rodillas y deben ponerse de pie, y por eso me decidí a volver sobre dicha agria controversia, con todos los riesgos profesionales que ello pueda significar, y en la certeza de que el apotegma del Viejo Vizcacha sobre «que entre bueyes no hay cornadas», solo puede ser aplicable a intelectuales moralmente colapsados, castrados de toda dignidad personal.

Muchos se preguntarán ¿porqué Halperín y no algún otro de los muchos que como él, que residían en el extranjero, y que también callaron?  Simplemente, porqué a diferencia de otros colegas que avivaron los fuegos de una aventura anacrónica y oportunista[1], Halperín no exhibía flanco de culpabilidad o reproche político alguno, así como tampoco nadie podía en buena fe poner en duda que ya entonces Halperín personificaba la cumbre de la elite intelectual argentina y latinoamericana, que su obra en dicha historiografía no tiene parangón, y que su contenido perdurará seguramente por siempre en los anales continentales. Pero entonces, si quien monta en la cumbre «calla y otorga», ¿qué se puede esperar de aquellos otros que cabalgan en las laderas? Ni hablar siquiera de aquellos que pastorean en los valles profundos. ¿Cuán imponente habrá sido el espejo halperiniano y cuántos habrán así justificado sus silencios?

Ahora bien ¿cómo ha sido posible que un intelectual tan sensible y consciente del pasado y de las consecuencias de una repetición infausta pudo haberse mantenido en silencio en ocasión de una tragedia tan aciaga y tenebrosa? Una tragedia que incluso el propio Halperín la había vaticinado en alguno de sus escritos [2], y cuya antesala la había caracterizado premonitoriamente como de «guerra civil larvada»  [3]. Se nos dirá que el terror enmudece, acalambra el teclado y paraliza la voluntad mas temeraria [4], y que su síndrome se autotraslada, aún a los exilios más apartados, por mas que se goce con garantías y aparatos de prensa libre [5]. Si, por cierto, no cabe duda, el terror tiene la facultad de quebrar las conciencias y es capaz de tornar a un héroe en un cobarde, y hasta incluso en un traidor, como en efecto ocurrió históricamente en muchas oportunidades [6]. Por cierto, el de Halperín no es un caso de traición, ni tampoco se le puede atribuir ignorancia de la cruel realidad que acontecía.

Pero entonces ¿a que se debió tanta omisión y autocensura, y tanto olvido, tanto desdén o menosprecio por la derrota y la tragedia ajena (políticamente ajena)? ¿Se puede ser un hombre de ciencia, un artista o un intelectual reconocido internacionalmente, y hacer la vista gorda y los oídos sordos a un secreto a voces como el del holocausto argentino? ¿Se trata acaso de una actitud egoísta, narcisista y/o cínica, fruto de una crisis de identidad psicológica, social y/o nacional, de alguien a quien ya no le interesaba volver a su tierra, o de quien como el aprendiz de brujo sentía «…haber perdido el control de su propio producto y herencia»; o de quien no era consciente del peso internacional de su propia opinión política?[7]. O más bien ¿no se trataría de un pesimismo irónico, el mismo pensamiento que algunos autores practican para primero entender el terror y la guerra y más luego condenarla [8], estrategia mental que sin embargo ha llevado a cierta intelectualidad norteamericana actual (Richard Rorty, Michael Walzer, Bernard Lewis, etc.) a alentar la Guerra de Irak? ¿O simplemente nos hallamos frente a un caso de daño moral infligido a sí mismo, una suerte de lento y prolongado suicidio por quien nunca tuvo una militancia política activa ni pretendió ser ejemplo ni emblema moral alguno?

El caso es complejo, por cuanto Halperín no permaneció quieto en USA, viajaba asiduamente a Buenos Aires, estuvo en México compartiendo eventos académicos con intelectuales argentinos exilados, se telefoneaba con la elite cultural del Di Tella y del CEDES/CISEA, y seguramente intervino «off the record» para recuperar a Emilio de Ipola del secuestro sufrido. Nos preguntamos entonces: ¿Nadie del Di Tella (Botana, Gallo, Cortés Conde), del CEDES/CISEA (Romero hijo, O´Donell, J. Sábato, Caputo) o de los exilios en México (Puiggrós, Jitrik, Aricó, Assadourian, Chiaramonte, Portantiero, Pucciarelli, Constantini, Giardinelli, Borón, etc.), Canadá (Nun, Murmis), Francia (Saer, Garavaglia), Inglaterra (Tandeter, H. Sábato, Míguez), Brasil (Pomer, González), Ecuador (Roig), o Venezuela (Plá, Calello), le reclamaron entonces que asumiera en USA una actitud pública consecuente con su ideario liberal y humanista y con su anterior digna renuncia a la UBA (1966)? ¿Nadie le reprochó su silencio ni le insinuó lo que su maestro José Luis Romero (fallecido en enero de 1976) habría hecho en tales circunstancias? ¿Por qué razón o razones estas insinuaciones no ocurrieron? Se dirá entonces que en el exilio no existía unidad alguna ni sus integrantes se conocían o frecuentaban.

¿Pero porqué sus íntimos colegas ocultaron o consintieron sus debilidades morales? ¿Porqué muy luego ninguno de sus críticos más notorios, entre ellos Carlos Altamirano y Jorge Myers, han hecho mención alguna de estas dolorosas ausencias?

En cuanto a la conducta política de Halperín ¿Porqué razón no fue consecuente con el compromiso desplegado en ocasión de la lucha contra el Peronismo anterior al 55 (Contorno, Sur), o en ocasión de la Revolución Argentina, oportunidad en la cual renunció a su cátedra y optó por el exilio? ¿O acaso las peripecias despóticas que padecimos durante el Proceso fueron menos crueles y sangrientas que las que se sufrieron en épocas de Lombilla, Amoresano y los hermanos Cardozo (1954), o en tiempos de la Revolución Argentina (1966)? ¿O acaso las víctimas del Proceso (1976-82) no merecían una defensa semejante a la de quienes fueron torturados y asesinados en el primer Peronismo (Bravo, Ingalinella)? Si con motivo de la Noche de los Bastones Largos (1966), Halperín renunció a su cátedra, e inútilmente buscó la protección y el amparo de nuestro Premio Nobel y Presidente del CONICET Bernardo Houssay ¿que actitud debió haber protagonizado diez

(10) años después, cuando estando largamente exilado ocurrieron el Golpe de Videla (1976) y las sucesivas «desapariciones» de colegas y ex discípulos? ¿corresponde que haya juzgado estos crímenes de lesa humanidad con la Teoría de los Dos Demonios o con la doctrina Guariglia (1987)? [9] Se nos dirá entonces que este Halperín no era el mismo de antes, que las circunstancias habían cambiado, que los veinte (20) años transcurridos desde la caída de Perón (1955) –a diferencia de lo que nos porfía Discepolín– cambian a cualquiera, y que Halperín nunca alegó estar exilado ni buscó volver ni ser emblema o paradigma moral alguno, pero que ya no soportaba los inviernos y las soledades del norte, y estaba escéptico, inconciente de su propio poder moral, nostálgico y cansado. Ese mismo repetido cansancio que agobió a nuestro Premio de Asturias Ernesto Sábato cuando rehusó exilarse y en cambio visitó a Videla para suplicarle por los poetas «desaparecidos»

(Urondo, Bustos, Santoro, etc.); o a nuestro Premio Nóbel Houssay cuando aceptó continuar la Presidencia del CONICET durante la Dictadura de Onganía (1966-71); quien a su vez había emulado con su claudicación el «cansancio moral» de Mariano R. Castex, cuando aceptó el Vice-Rectorado de la UBA en tiempos de Uriburu (1930); y este último imitara los agotamientos del autor de Juvenilia Senador Miguel Cané y del autor de Mis Montañas y Ministro del Interior Joaquín V.  González, cuando impusieron la Ley de Residencia o de expulsión de extranjeros «indeseables» (1902); y estos últimos a su vez copiaran las jóvenes agachadas practicadas en tiempos de Rosas (1849) por el luego célebre codificador Dalmacio Vélez Sársfield. ¿Pero puede acaso el cansancio moral reproducirse en las elites intelectuales cuál un patrón cultural más y se puede aceptar la resignación espiritual que esto significa sin que se deba exigir beneficio de inventario alguno?

¿puede aceptarse este mecanismo reflejo, de un «eterno retorno», en quien paradójicamente dedicó su vida a hurgar el comportamiento y las «patéticas miserabilidades» de las elites patricias?

¿Cuál es la responsabilidad y las virtudes éticas de una elite intelectual moderna en tiempos sombríos? ¿No son acaso la justicia, la verdad y la veracidad, sin las cuales «…no se podría resistir el poder corruptor de las instituciones»? [10] ¿Cuáles son los roles que deben desarrollar los integrantes de una elite en circunstancias macabras? ¿No son acaso esos mismos roles de «tábano o aguijón» [11], o de «legislador y guía» a los que el propio Halperín alude permanentemente en su obra?[12] ¿No fue ésta acaso la actitud que adoptaron durante el Proceso David Viñas, Osvaldo Bayer y Gregorio Selser; y en tiempos de la amenaza nazi María Rosa Oliver, Victoria Ocampo y Renata Donghi de Halperín (madre de Tulio Halperín); y más remotamente aún Echeverría, Mármol y Varela (Generación de 1837), temas sobre los cuales Halperín abundó hace más de una década [13], y sobre los que también narró una de las páginas más bellas y memorables de la historiografía argentina (Una nación para el desierto argentino)? ¿Puede una elite intelectual abdicar responsabilidades morales? ¿puede dejar de decir la verdad a todos y en todo momento?  ¿puede mantenerse indiferente, inerte y disciplinada ante la tragedia, del signo ideológico que fuere? ¿Puede dicha dirigencia intelectual, en caso de defeccionar, pretender seguir erigiéndose en elite y demandar el reconocimiento de tal? ¿No debiera acaso brindar alguna explicación o autocrítica?

Esa es ahora la cuestión que deberíamos tratar. Quienes le sirven y han servido a Halperín de corte complaciente y obsecuente, e incluso han reproducido a su sombra una suerte de red de poder patrón-clientelar a escala internacional, pretenden seguir detentando el poder académico, como si nada hubiere ocurrido en el país, como si las claudicaciones del pasado –incluidas las acontecidas durante el Alfonsinismo, el Menemismo, el Delaruismo y el Duhaldismo– hubieren sido gratuitas, y nadie tuviere que pagar un precio por ellas, como si estos disciplinamientos fueren un título de honor a imitar, cuando en realidad merecerían el duro tratamiento de una crítica hasta hoy ausente, y ¿porqué no también de algún tribunal moral?.

 

NOTAS

[Nota de TJU](*) Halperín Donghi (Tulio): Historiador argentino, nacido en 1926. Profesor, entre otras, en las universidades del Litoral, Buenos Aires, Oxford y Berkeley. Publicó El pensamiento de Echeverría; Un conflicto nacional: moriscos y cristianos viejos en Valencia; Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo; Historia contemporánea de América Latina; Hispanoamérica después de la independencia; Revolución y guerra; Historia argentina; Una nación para el desierto argentino; La democracia de masas; Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino; José Hernández y sus mundos, etc.

[1] Ver editorial de Pasado y Presente titulada La «Larga Marcha» al Socialismo en la Argentina, 1973.

[2] Halperín Donghi, Argentina en el Callejón, 1964.

[3] Myers, 1997, p.160.

[4] Avellaneda, 1986.

[5] Foster, 1987, 97.

[6] Bodei, 1995, 163-165.

[7] Bauman, 1995, 223.

[8] González, 1997, 122.

[9] Reportaje a Tulio Halperin Donghi por Felipe Pigna, 2002:

http://www.elhistoriador.com.ar/php/prueba.php?archivo=57.

[10] MacIntyre, 1987, 241.

[12] Altamirano, 1997, 21.

[13] (Halperín Donghi, 1987)

 

Bibliografía citada

– Altamirano, Carlos (1997): Hipótesis de lectura (sobre el tema de los intelectuales en la obra de Tulio Halperín Donghi), en Roy Hora y Javier Trímboli, comp., Discutir Halperín. Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperín Donghi a la historia argentina (Buenos

Aires: Ed. El Cielo por Asalto), 17-29;

– Avellaneda, Andrés (1986): Censura, autoritarismo y cultura:

Argentina, 1960-1983 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, BibliotecaPolítica Argentina, nos.: 156-158);

– Bauman, Zygmunt (1997): Legisladores e Intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes);

– Bodei, Remo (1995): Geometría de las Pasiones. Miedo, Esperanza,

Felicidad: Filosofía y Uso Político (México: Fondo de Cultura Económica);

– Foster, David William (1987): Los Parámetros de la Narrativa Argentina durante el «Proceso de Reorganización Nacional», en Daniel Balderston, et. al., Ficción y política: la narrativa argentina durante el proceso militar (Buenos Aires: Alianza), 96-108;

– González, Horacio (1997): Culpa y escarmiento. Cómo habla la historia en el terror, en Roy Hora y Javier Trímboli, comp., Discutir Halperín Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperín Donghi a la historia argentina (Buenos Aires: Ed. El Cielo por Asalto), 113-124;

– Guariglia, Osvaldo (1987): «La condena a los ex-comandantes y la ley de extinción de las causas: un punto de vista ético», Buenos

Aires: Vuelta Nº9, 9 a 13 pp.

– Halperín Donghi, Tulio (1987): El Presente transforma el Pasado: El Impacto del Reciente Terror en la Imagen de la Historia Argentina, en Daniel Balderston, et. al., Ficción y política: la narrativa argentina durante el proceso militar (Buenos Aires: Alianza), 71-95;

– MacIntyre, Alasdair (1987): Tras la Virtud (Barcelona: Ed. Crítica, Grupo Editorial Grijalbo);

– Myers, Jorge (1997): Tulio Halperín Donghi y la historia de la Argentina contemporánea, en Roy Hora y Javier Trímboli, comp., Discutir Halperín Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperín Donghi a la historia argentina (Buenos Aires: Ed. El Cielo por Asalto), 155-178;

– Todorov, Tzvetan (1993): Las morales de la historia (Barcelona: Paidós);

EDUARDO R. SAGUIER: Historiador. Investigador independiente del CONICET