Por Eduardo R. Saguier, Museo Roca/CONICET

 

El martes pasado 12 de noviembre fui invitado a confirmar mi presencia en el homenaje al nuevo Decano de la Facultad de Ingeniería Ing. Horacio Salgado (elegido en representación de la histórica agrupación La Línea Recta), mediante un mensaje electrónico del Ing. Miguel Ponce, aclarándome que se trataba de una celebración puramente festiva. Le agradecí la invitación y confirmé mi presencia pero le aclaré que consideraba que no había lugar en el actual clima del país para ningún festejo por la grave situación que se vive y por la responsabilidad que el nuevo cargo implicaba. A estas palabras iniciales Ponce me reiteró textualmente que el acto iba a ser meramente “festivo” y que “habrá otros espacios donde discutiremos lo estratégico”. Con un nuevo mensaje le contra-repliqué que siempre se postergaban las cuestiones estratégicas para las “calendas griegas” y que si me invitaba no era sólo para festejar pues no soy de los militantes que conmemoran y callan.

El día jueves 14 de noviembre, me hice presente en el acto, y luego de los habituales saludos y abrazos, me reencontré con viejos correligionarios que no veía desde la noche aciaga del 28 de junio de 1966 [verdadero inicio de lo que luego se denominó el Proceso], desde el sesquicentenario de la Reforma Universitaria celebrada en Rosario en 1968, y desde otros episodios humillantes y luctuosos que estoicamente debimos padecer durante décadas. Habiéndose iniciado la lista de oradores, con señas le manifesté al Ing. Ponce mi interés por exponer. Una vez que disertaron Ponce y el Presidente de la Juventud partidaria, de apellido Jacovitti, colmados de lugares comunes y de vacías expresiones de deseos, le tocó el turno al Dr. Juan Manuel Casella, quien disertó en representación del convaleciente Presidente del Comité Nacional Ing. Mario Barletta. Una vez que Casella se explayó con los viejos, remanidos y falaces clichés difundidos hace medio siglo por Gabriel del Mazo acerca de la Reforma del 18 y de la presencia inmigratoria en la universidad producida recién con dicha Reforma, reafirmé mi interés por hablar y pedí el consabido derecho a réplica, lo cual dio lugar a que algunos en la mesa que presidía el “festejo” replicaran que el acto no era una asamblea, expresión asentida gestualmente por el Ing. Ponce y por la ex vicegobernadora Elva Roulet, presentes en la cabecera del acto.

Ofrecida entonces la palabra al nuevo Decano Horacio Salgado, el Ing. Ponce dictaminó que con el discurso del homenajeado se “cerraba la lista de oradores”. Conciente que con anterioridad le había expresado mi interés por exponer y le había solicitado el derecho a réplica, el Ing. Ponce, arbitrariamente, cierra la lista de oradores sin ofrecer a los numerosos invitados presentes la oportunidad de volcar sus justos desvelos e interrogantes. Pareciera que el Ing. Ponce y sus crónicos aliados, pretenden censurarnos y encerrarnos en un corralito o calesita muda, donde quienes manipulan la sortija –usualmente envenenada con somníferos y patrañas—se asemejan a los voceros del relato K, que distorsionan los acontecimientos y reinventan el pasado histórico. Entiendo que esta conducta antidemocrática del Ing. Ponce, consentida por los presentes en la mesa que presidía el festejo, lamentablemente no es nueva en la UCR, y se repite en cuanto acto público se viene celebrando, pues desde hace tiempo se ha clausurado el debate político interno en el inútil afán por domesticar sus filas, cada vez más menguadas y desilusionadas, de modo tal que a sus ocasionales dirigentes se les garantice la perpetuación en los cargos partidarios, como si se trataran de sinecuras hereditarias y vitalicias. Tampoco esta antidemocrática y consentida conducta del Ing. Ponce se condijo con el respeto debido a los invitados, a los que no se debe ni puede utilizar como claque aplaudidora.

A renglón seguido, tras concluir el Ing. Salgado sus palabras, volví a reiterar insistentemente mi interés por exponer mis críticas al Dr. Casella, lo cual me fue finalmente concedido a regañadientes y en imperceptible voz, casi como susurrando, por el propio Casella, sin que en ningún momento se me invitara a disertar en la cabecera de la mesa, ni se me ofreciera el micrófono, ni el Ing. Ponce ni el Decano Salgado asintieran la tardía actitud del representante del Ing. Barletta. Tuve que expresar mis críticas con indignación por el manoseo sufrido, y a viva voz desde el fondo de una larga mesa durante unos veinte minutos, donde expresé mi discrepancia con la interpretación del relato histórico rememorado por el Dr. Casella, quien evidentemente no ha deseado asimilar el espíritu crítico y el método indagatorio que lo caracterizó a su propio padre, el sufrido y nunca bien recordado historiador y político Juan Manuel Casella Piñero.

Remarqué en mi breve exposición la relevancia que tuvo en la historia de la UBA la ley Avellaneda (1885) y la revuelta estudiantil de 1904 [que tuvo sus tiroteos y sus bombas, y también sus expulsados, tanto alumnos como profesores, incluidos Juan B. Justo y Nicolás Repetto]. Esta prolongada revuelta, a falta de una nueva ley del Congreso que modificara la Ley Avellaneda, acabó cambiando el Estatuto de la UBA, que permitió por vez primera el acceso de los docentes al manejo de la universidad en desmedro de los académicos (que eran una suerte de mandarinato aristocrático conservador), y la incorporación en las filas universitarias no sólo de los hijos del interior y de los países limítrofes que lo venían haciendo desde su fundación en tiempos de Rivadavia, sino también de los hijos de los inmigrantes, al punto que sus graduados nutrieron buena parte de las filas revolucionarias de 1905 y del elenco gubernativo del primer gobierno radical de Hipólito Yrigoyen [ver la lista de sus integrantes en Arqueología del Mandarinato y de la Nomenklatura en Argentina]. Señalé además el desmesurado crédito otorgado a la Reforma del 18 debido al exacerbado celo cordobés [alimentado por el PC argentino, el APRA de Haya de la Torre y el PRI de Vasconcelos], en perjuicio del recuerdo de la Reforma Universitaria de 1904. Extrañamente, se evocan sin cesar las revoluciones políticas de 1890, 1893 y 1905, pero siempre se oculta la cruenta y prolongada huelga y la rebelión estudiantil de 1904, en cuyas históricas movilizaciones participaron también los primeros integrantes de La Línea Recta, que como todos recuerdan fue fundada en 1894

Continué aclarando que la Facultad de Ingeniería no debía ser considerada una ínsula segregada institucionalmente del resto, y que la UBA no era actualmente una universidad sino apenas un archipiélago o confederación de escuelas profesionales, muy distantes geográficamente entre sí, en el espacio de la gran urbe; y que para revertir este escandaloso abandono cultural le cabía a la actual clase dirigente del país una responsabilidad histórica [para que formulara un proyecto urbanístico de estado que paliara este infausto déficit]. Luego, desarrollé mi acusación acerca de la naturaleza crudamente endogámica de la UBA, cuando en el mundo desarrollado, a partir de la experiencia precursora de Harvard en 1904 [Rector Charles Elliot], ningún egresado de una universidad puede ser contratado como docente por la misma institución que lo graduó o diplomó. Esta patología de la endogamia es la que viene derramándose desde las esferas superiores a todas las escalas y niveles de la docencia argentina, cristalizando con impudicia la circulación de la elite educativa del país.

Más luego me explayé sobre mi frustrada denuncia administrativa y judicial formulada en 2004-2005 contra la Agencia Nacional para la Promoción Científica y Tecnológica [ANPCYT], cuando la gran prensa estaba de parabienes con el poder de turno, por la malversación y estafa de U$S 1240 millones de dólares [procedentes del BID] que debían estar destinados para la infraestructura científica, pero que fueron obscenamente repartidos a numerosos funcionarios [coordinadores de la Agencia, miembros del Directorio y de las Comisiones Asesoras del CONICET, secretarios de CyT de las Universidades] e investigadores allegados al poder durante la década Duhaldista-Kirchnerista, identificados puntualmente en la denuncia con nombres, apellidos y montos de dinero recibidos, entre los cuales se destacaron varios que figuraban como asesores de diputados opositores y como periodistas de opinión de la gran prensa escrita y televisiva contraria al oficialismo. Conté mi vía crucis judicial [patrocinado por los letrados Jorge Marenco y Joaquín E. Meabe] con el fallo adverso del Juez Marcelo Martínez de Georgi, que archivó mi denuncia [con un único testigo admitido que era y es alto funcionario de la propia Agencia de nombre Carlos Cassanello], y la conducta cómplice de la Sala II de la Cámara Federal Penal [Horacio Cattani, Martín Irurzun, y Eduardo Farah] que ratificó el fallo del Juez, todo lo cual se encuentra prolijamente relatado en Internet [Obsecuencia de los jueces al poder político en Argentina].

También narré mi presentación en el Bloque Radical del Senado donde mi denuncia fue objeto de sarcasmos por los funcionarios que recibieron la fotocopia del grueso legajo judicial, quienes nunca me citaron para evacuarlo, y por cierto no tuvieron interés en solicitar que se desarchive la denuncia (la única diputada que entonces me recibió entre los numerosos diputados [Milman, Iglesias, Morán, etc.] a quienes repartí el expediente judicial fue Patricia Bullrich, aunque no se atrevió a presentar el consiguiente Pedido de Informes). Tampoco, órgano periodístico alguno, escrito o televisivo, se hizo eco de la denuncia pese a reiterados e infructuosos intentos. La gran prensa, alejada de la investigación científica pretende, sin embargo, imponer sus intelectuales, subsidiados por la misma Agencia, y alquilarlos a los partidos de la oposición.

Asimismo me referí al atraso tecnológico que esta malversación y estafa significaron para la infraestructura científica del país [bibliotecas, laboratorios, museos, archivos, centros de cómputos, escaneos y diseños de bases de datos, etc.]. Para probar este aserto puse como ejemplo la actual página web de la Facultad de Ingeniería de la UBA, que es una verdadera vergüenza, comparada con los sitios web de Stanford, Chicago, Harvard o MIT, acusación que fue ruidosamente festejada por miembros del público presente. Asimismo relaté que esta tenebrosa realidad había introducido en  los ámbitos científicos un clima de miedo y amedrentamiento generalizado, donde nadie se atreve a emitir opinión propia sobre temas neurálgicos de la vida académica por temor a represalias y a la pérdida de las posiciones personales adquiridas.

Posteriormente aludí a la moral de una intelectualidad contaminada por la corrupción [que ha sido incapaz de construir una comunidad científica y que ha sido históricamente responsable del golpe de estado de 1930, semejante a lo que ocurrió en Alemania tres años después (1933) con la caída de la República de Weimar y el ascenso del III Reich. Por último indiqué que ahora se estaba viviendo en el mundo una tercera Ilustración y una III Revolución Industrial; y que la Facultad de Ingeniería, la UBA y la UCR parecían desconocer esta realidad histórica [encerrados en un ombliguismo egoísta y pusilánime, indiferente al mundo de la investigación científico-tecnológica, que está provocando el desmoronamiento de su prestigio y la subestimación de su credibilidad en los ámbitos nacionales e internacionales]. Para concluir expresé que la tan mentada libertad de expresión y de prensa no iba a ser nunca verdad real mientras no existiera una auténtica libertad de investigación y de pensamiento científicos, desgraciadamente ausente y perdida y nunca recuperada desde la fatídica noche de los bastones largos (VII-1966). Cuando terminé de exponer se produjo un silencio sepulcral sin aplauso ni réplica alguna y acto seguido procedí a retirarme del lugar al borde de un ataque de asma y acompañado por el viejo correligionario Juan José Rosenberg.

Finalmente, quisiera señalar que la futura gestión del nuevo Decano Ing. Horacio Salgado no puede circunscribirse, como lo manifestó en su discurso, a la sola vinculación con las Pymes y con la tecnología. Se vuelve entonces a repetir la antigua y remota discusión sobre la “psicosis ocupacional” que inauguró Pedro Cerviño en la Escuela de Náutica (1802), y la continuaron el historiador y Rector Juan María Gutiérrez (1871), el civilista José Olegario Machado (1903), el físico y astrónomo Enrique Gaviola (1931) y el meteorólogo y epistemólogo Rolando García (1959), acerca de la necesaria preponderancia de la ciencia básica por sobre las ciencias aplicadas, para evitar así las deformaciones profesionales, acerca de las cuales abundaron el pedagogo John Dewey y los sociólogos Thorstein Veblen y Robert Merton. El Ing. Salgado tiene entonces desde su relevante cargo, al igual que Cerviño, Gutiérrez, Machado y García, una responsabilidad histórica con el devenir de la ciencia y la intelectualidad argentina, pero que tampoco deben escapar al devenir de la ciencia universal. Si así no lo hiciere, el Ing. Salgado va a estar condenado a repetir los viejos fracasos o a comulgar con el populismo Kirchnerista y el statu quo.

En cuanto a la UCR y la vigencia política de su actual Comité Nacional, solo me cabe manifestar mi más profundo estupor por la conducta antidemocrática que viene desplegando su dirigencia y su representación parlamentaria puertas adentro de la vida partidaria, malgastando impunemente un centenario capital simbólico cada vez más hipotecado. Pareciera que en nuestro partido se premia generosamente al acaparador de padrones clientelares y a los expertos negociadores en reciprocidades mutuas, capaces de monopolizar, domesticar y enmudecer feligresías adictas (que deben pacientemente tolerar los acuerdos de cúpulas cortesanas, mendigar audiencias en prolongadas amansadoras, y escuchar en silencio clichés desvencijados); y no el mérito individual de quienes buscan una verdad histórica y se capacitan arduamente como cuadros políticos científicamente competentes. Lamentablemente, cuando se llega al poder, como le ha ocurrido a la UCR desde 1983, los elementos intelectuales se alquilan extra-partidariamente, sin importar su pasado político ni su desempeño moral, resultando de esa forma que fatalmente su conducta suele ser como la de las golondrinas, que son amigas de los tiempos prósperos, pero que nunca bajan del campanario ni se embarran en la procesión.

Cabe entonces señalar finalmente que no existe ni existió partido político en la historia del mundo que haya podido sobrevivir amordazado, participando de efemérides ruidosas y vacías, y liderado por una malograda elite política intelectualmente castrada que ha probado fehacientemente su rotundo fracaso en la gestión pública, y especialmente en la gestión académica y cultural [léase los mercaderes del templo universitario por todos tristemente recordados, y sus activos cómplices, aún funestamente decisivos en la vida partidaria y universitaria].

 

Eduardo R. Saguier
Museo Roca/CONICET
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