Un Debate Histórico Inconcluso en la América Latina (1600-2000)
Cuatro siglos de lucha en el espacio colonial peruano y rioplatense y en la argentina moderna y contemporánea.
An Inconclusive Historical Debate in Latin America (1600-2000). Four centuries of Struggle in the Peruvian and River Plate Colonial Space and in Modern and Contemporary Argentina.

Por Eduardo R. Saguier - UBA·CONICET



Prólogo de la Obra


"Cortejo Fúnebre de Lavalle en la Quebrada de Humahuaca" -Nicanor Blanes


Este largo viaje de recopilación, reflexión, lecturas, elaboración y síntesis no habría sido factible sin la clase de enigmáticos y antagónicos recuerdos, comprometidas motivaciones, angustiosos auto-exámenes, renovados estados de conciencia, y desprendidos estímulos y colaboraciones, que experimenté a lo largo de casi cuarenta (40) años, por parte de numerosos ancestros, parientes, amigos, colegas, profesores, parroquianos y correligionarios.

Debo comenzar por recordar la última Guerra Mundial, cuando en mi niñez iba al Correo con Frau Barbara Sussman --viuda de un comerciante de cereales judío obligado a emigrar por las Leyes de Nuremberg-- llevando enormes paquetes de ropa para su familiares en Worms, Alemania; y la dolorosa y excepcional experiencia de haber sufrido el despojo por confiscación de la chacra "Los Tapiales", donde habían transcurrido las primeras vacaciones de mi infancia. Excepcional experiencia por cuanto la mayor parte de nuestros vecinos y compañeros de escuela, hijos o nietos de oligarcas y terratenientes, transcurrieron inmunes la experiencia Peronista. También sufrimos la prohibición de rezar y hablar en alemán en casa; la represión que padecían las maestras de nuestra escuela por parte de su director peronista; la larga prisión de mis tíos maternos, con motivo de la sublevación militar de Septiembre de 1951; la internación de otro de mis tíos en un neuropsiquiátrico; el encarcelamiento de mi abuelo materno en la Penitenciaria Nacional seguido de prisión domiciliaria; y la lectura compulsiva de La Razón de mi Vida . En esa conflictiva infancia empecé a tomar conciencia de una sociedad donde regía una estratificación compuesta de la idealizada gente denominada bien o decente , los demonizados reos de la plaza moradores de los conventillos, con quienes nos estaba vedado jugar, y los cada vez más numerosos cachudos , apelativo despectivo mediante el cual las "señoras gordas" de la época identificaban a los individuos arribistas o advenedizos.

De mi temprana adolescencia, debo rememorar la pugna inconclusa entre la tradición Radical paterna y la Conservadora materna (que no me permitía comprender porqué el Radicalismo aceptó levantar la Abstención electoral que había sido concebida para resistir el Fraude Patriótico practicado por el Conservadorismo), el nacimiento de un tercero en discordia que practicaba un populismo corporativo y un terrorismo de estado que estigmatizando a la oligarquía amparaba a criminales nazis y simultáneamente montaba un aparato para-policial totalitario (que llevó a cabo los incendios de la Casa del Pueblo, el Jockey Club y los templos del centro) donde "el enemigo no merecía ni justicia". Asimismo, recuerdo la resistencia callejera político-religiosa, la censura y autocensura de prensa y medios de comunicación y la represión que experimentaba el personal gastronómico del Hotel California --que administraba mi padre-- por parte del delegado gremial impuesto por el sindicato. Posteriormente, caído el Peronismo, experimenté el pasaje a un colegio inglés, que fue algo así como un ascenso de clase (pero donde no se vivía el crisol de razas y clases que fue mi escuela primaria estatal), donde participé de la protesta contra luctuosos episodios internacionales (invasión de Hungría), y desde donde fuimos engañosamente inducidos a luchar contra los partidarios de la educación Laica y en pro de una supuesta libertad de enseñanza o Enseñanza Libre --la cual resultó ser a la postre un fraude y una estafa por tratarse de una enseñanza ideologizada y dogmática impartida por una docencia y un clero retardatarios-- para finalmente experimentar mi definitiva expulsión del colegio privado y el retorno forzoso a una deteriorada educación pública donde culminé mis estudios secundarios.

Estos iniciales duelos, represiones, viajes, conflictos, dilemas y sumisiones marcaron en mi conciencia una sensación de angustia por las memorias antagónicas que signaron mis primeros años de formación, los que transcurrieron frecuentando a mi abuelo materno, con quien me familiaricé con los pormenores trágicos del terrorismo de estado Rosista (La Mazorca, Santos Lugares, Libres del Sur, Quebracho Herrado y la retirada de Lavalle) y le ayudé a rastrear el historial de dominio de las propiedades confiscadas y ordenar los testimonios notariales que obtenía merced al trabajo de referencistas rentados con los cuales había redactado un valioso manuscrito aún inédito. Mi condición de menor de edad me impedía concurrir a los repositorios públicos y colaborar en dichos trabajos de pesquisa, pero ellos quedaron gravados en mi memoria con el compromiso de volver una vez alcanzada la mayoría de edad, lo cual a posteriori sucedió con creces. Estas primeras armas investigativas acontecieron entre la recuperación de la antigua chacra "Los Tapiales" (1959), que volví a habitar esporádicamente recobrando entre otras reminiscencias el sabor de su guayabo y los olores de los murciélagos que moraban sus torres; y mi residencia en el entonces Hotel "California", transitorio epicentro del turismo local e internacional y de una pujante burguesía industrializante, y singular atalaya desde el cual pude visualizar mas de cerca la estructura social de la época y participar en todas las movilizaciones políticas y religiosas, que en ese tiempo transcurrían por la Avenida Santa Fé, conocida como la gran vía del norte, incluso como monaguillo en la procesión que trasladó la Virgen de Nuestra Señora de los Desamparados, del domicilio de quien la había rescatado a cambio de un paraguas automático (Celia Sommer de Balcarce), la noche de Junio de 1955 en que unos sicarios de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) incendiaron entre otras la Iglesia de San Nicolás de Bari.

Fue entonces que habiendo fallecido mi abuelo materno (1961), y merced a la intercesión de un capitán de la Delta Line, cliente del hotel de mi padre, tuve el privilegio de trabajar y estudiar en el Deep South norteamericano (Tulane University) antes de la promulgación de la Ley de Derechos Civiles (1964), donde conocí las miserias del apartheid racial y donde por vez primera mantuve un duelo verbal con compatriotas académicos que celebraban el golpe de estado contra Frondizi (Decano de Derecho de la UBA Francisco Laplaza y otros becarios y profesores invitados). Profundamente acosado por la nostalgia y el afán de conocer el norte de mi país y los vecinos países Latinoamericanos, a mi retorno de USA descendí del avión en Lima y volví por tierra cruzando la sierra peruana y el altiplano Boliviano. Cuando llegué a La Paz visité a primos lejanos de mi abuelo materno, oportunidad en que conocí a Don René Ballivián, quien me abrió su biblioteca y archivo familiar. Más luego, en los inicios de mi exploración intelectual y de investigación de mi saga familiar Paraguaya, visité a un primo de mi padre Raúl Saguier Caballero, quien me hospedó en su pensión de Asunción, donde practiqué en 1963 mis primeras incursiones archivísticas. También visité a una tía abuela Elena Santamarina de Saguier, quien me exhibió la foja de servicios de Pierre Saguier, oficial de la Guardia Imperial de Napoleón; a Martín Cullen Artayeta, quien me permitió copiar el epistolario de los emigrados unitarios en Paranaguá (Brasil); a Magdalena Murga de Peña, quien me reveló la verdad del suicidio del Coronel de la Independencia Juan Correa Morales; a Lucy Youens de Costa Paz, quien me permitió examinar el epistolario de Marcos Paz antes de que entrara en imprenta; y a Eduardo Ruiz, baqueano fugitivo de la Patagonia, residente en Aldo Bonzi (Pcia. de Buenos Aires), quien me confió sus experiencias en la tragedia sureña (1921).

Condicionado por la participación en la lucha por la Enseñanza Libre y la necesidad de cursar estudios profesionales que brindaran una salida laboral ingresé a la Universidad Católica Argentina, lugar donde caí en la cuenta de no encontrar en ella estudios históricos ni la posibilidad burocrática de transferir mis estudios a la universidad estatal. Más luego, durante el rito de iniciación patriótica que significaba la conscripción tuve una participación forzosa como soldado conscripto en el enfrentamiento armado entre las facciones militares de Azules y Colorados (1963), los cuales transcurrieron en un Batallón de Arsenales en Los Polvorines (Pcia. de Buenos Aires) cargando y luego descargando los mismos vagones ferroviarios repletos de cajas de municiones. Producido el golpe de estado de 1966, que a juzgar por la opinión de entonces no sólo era una repetición del golpe de estado contra Frondizi (1962) y una réplica del golpe de estado ocurrido en Brasil (1964), sino que se asemejaba enormemente al golpe del 30 en Argentina, y presagiaba el derrumbe futuro y definitivo de nuestra nación, y luego de haber pretendido resistir físicamente al mismo en la explanada de la Casa de Gobierno, fui más luego expulsado de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Esta expulsión obedeció a que cuestioné la presencia del Ministro del Interior en un acto inauguratorio de dicha Universidad, en presencia del generalato golpista y del Episcopado cómplice, episodio que auguraba la connivencia con la barbarie que se avecinaba (la cual se efectivizó públicamente una década más tarde con las declaraciones de su Rector Derisi a raíz de la visita de la OEA y a propósito de los Desaparecidos).

Esta etapa de resistencia la transcurrí en los archivos, alimentado por una forzada exclusión de otras universidades (Universidad del Salvador y Universidad de Buenos Aires), y con breves y repetidas temporadas en las cárceles de Devoto y Caseros, en el período anterior al Cordobazo y a raíz del estado de sitio declarado como consecuencia del mismo (1969). Estas prisiones --por las que cabe aclarar no he cobrado indemnización alguna-- fueron la respuesta a mi afán de resistir la dictadura y de dar testimonio de la inexistencia de consentimiento, que la dictadura alegaba hipócritamente en su favor. Para ello quienes luego constituímos la Franja Morada y la juventud del Movimiento de Renovación y Cambio del Radicalismo nos esforzábamos por resistir la represión únicamente en oportunidad de actos partidarios y/o públicos y siempre y cuando los medios de prensa estuvieren presentes. Inconscientemente sabíamos que de no contar con el testimonio de la prensa nuestra suerte física habría estado echada y estábamos asimismo conscientes que en Argentina --a diferencia de Cuba-- las tesis foquistas no tenían factibilidad ni destino alguno. Una vez producido el Cordobazo (1969), y un año más tarde el secuestro y muerte del General Aramburu, la lucha de calles y los actos de masas perdieron para los medios masivos y el público en general el atractivo de antaño, concentrándose todo el interés mediático en la resistencia clandestina y guerrillera.

Merced a estas adversidades sufrí una suerte de traumático estado de profunda crisis, que pude superar merced a la conformación de una logia intelectual itinerante conjuntamente con los también expulsados estudiantes de sociología Daniel Cormick, Alfredo Páez, Carlos Prego y Guillermo José Salatino, y los muy luego brutalmente desaparecidos Lalo Alzogaray y Fernando Perera, que operó en mi conciencia como un primer efecto destribalizador y de ruptura disciplinar. Durante mi primer exilio en Chile, en 1967, debo al cordobés Carlos Sempat Assadourian y al chileno Rafael Baraona así como a los sociólogos Patricio Biedma y Hugo Perret --también posteriormente "desaparecidos"-- el apoyo y solidaridad en acentuar el despertar de una latente vocación historiográfica largamente reprimida. Tengo que recordar asimismo a una popular y diaria peña o tertulia político-cultural que funcionaba como un santuario de trasvasamiento generacional, de politización de vocaciones intelectuales y de solidario paraguas forense para con los detenidos y perseguidos. A partir de la misma se organizó una consecuente resistencia a la primer dictadura militar que en aquellos tiempos de veda o prohibición de actividades políticas se fue trasladando sucesivamente desde el bar La Fé a los bares La Cultural, Callao 11, Tokio y La Academia, y que estaba constituída por los correligionarios periodista tandileño Ambrosio Renis, el periodista porteño Lucho Arana, el psicoanalista autodidacta y exsenador provincial Abel "Pibe" Garaycochea, el poeta José González Ledo, el florista Orlando Palumbo, el sindicalista bancario y abogado Carlos González Pastor, el empresario fumigador Pancho Martini, el músico Donato Muscio, el periodista de Radio Rivadavia Mario Monteverde, los sindicalistas ferroviarios Antonio Scipione y Juan Capillo, el diplomático Delfor Grigera, el periodista de La Razón Ramón Andino, el Arq. Grecco, Abraham Smetana, el malogrado poeta jujeño Hugo Jorge Garzón Azcárate, y otros muchos sacrificados militantes.

De mi primitivo transcurrir por el Archivo General de la Nación (AGN), que ocurrió asiduamente en la década comprendida entre mi retorno de Chile (agosto de 1967) y mi segunda partida a USA en junio de 1977, debo recordar al grupo humano que me ayudó a buscar y comprender numerosos documentos antiguos así como a descifrar la letra encadenada del siglo XVII, constituído en orden de aparición por Ricardo Piccirilli, Arnaldo Cunietti-Ferrando, Guillermo Furlong, Juan Jorge Cabodi, Hjialmar Gammalsson, Alberto S. de Paula, Alfredo Villegas, Alfredo Montoya, Cap. de Fragata Jorge Enrico, Néstor T. Auza, Alfredo Fernández, Osvaldo Bayer, Pedro M. López Godoy, y el Cnel. Ulises Muschietti (tío). Mi deuda se extiende también a una lista numerosa de amigos y colegas que contribuyeron a enriquecer mis primeros planteos históricos y a ejercer la defensa colectiva de los archivos judiciales amenazados por la incuria y la indiferencia públicas. A los profesores José Luis Romero, León Pomer, Enrique Wedovoy, Mario Estéban Carranza y Eduardo Baumeister, quienes contribuyeron a destribalizar y secularizar mi primitiva vocación como historiador y colaboraron en el bosquejo de un embrionario programa de investigación fundado en archivos notariales y capitulares y en la reconstrucción de catastros inmobiliarios urbanos y rurales y de historia dominial de esclavos estipendiarios (la mayoría de cuyas planillas han permanecido inéditas). A Raúl A. Molina, quién me convenció de tomar al archivo como un hábito de vida y una suerte de oasis desde el cual contraer amistades, enseñanzas y amores ; a Miguel Murmis, Beba Ballvé y el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO) por haber dado a luz mis primeras y embrionarias reflexiones históricas; a Saad Chedid por su buena voluntad en tratar de ayudar la concreción de mis investigaciones; a Enrique Broquen por habernos impartido sesudas lecciones de dialéctica Hegeliana; y al staff de la revista Inédito (Gregorio Selser y el "pajarito" García Lupo) por haberle dado forma intelectual a dicha primer resistencia anti-dictatorial. A los constitucionalistas Carlos Sánchez Viamonte, Emilio (Buby) Fisher, Hipólito Solari Yrigoyen, Carlos Merino y Julio César Cataldo por haber ejercido mi defensa judicial ante la Corte Suprema en los consecutivos habeas corpus y recursos de amparo por el derecho de aprender.

Asimismo, a mediados y fines de dicha década (1967-76) convivimos en diferentes, improvisadas y sucesivas tertulias un heterogéneo grupo humano que frecuentaba asiduamente el Archivo General de la Nación (AGN), y que por orden de aparición estuvo constituído entre muchos otros por Juan Carlos Garavaglia, Samuel Amaral, Francisco N. Juárez, María Amalia Duarte, Hugo Galmarini, Carlos A. Mayo, Enrique Tandeter, Silvia Mallo, y Edgardo Bilsky, los cordobeses Luis Rodolfo Frías y Edmundo Heredia; los norteamericanos Susan M. Socolow, Jerry W. Cooney, Lyman Johnson, Herbert S. Klein, Brooke Larson, Cynthia Little, James Saeger, George Reid Andrews, David Tamarin, Eugene Sofer, Judith Evans, Jonathan C. Brown, Judith Sweeney, Deborah Jakubs y Thomas Whigham; los paraguayos Roberto Quevedo y Ricardo Scavone Yegros; los brasileños Moniz Bandeira, Corcinho Medeiros Dos Santos y Fernando Novais; el hispano Nicolás Sánchez Albornoz; los franceses Thierry Saignes y Nathan Wachtel; los ingleses Peter Bakewell, David Rock y Daniel James; el partisano e historiador Ruggero Romano; el brigadista internacional y antropólogo John Murra (a quien personalmente llevé en 1974 a disertar en la Facultad de Filosofía y Letras); los bolivianos Silvia Rivera Cusicanqui, y Ramiro S. Paz Ballivián (quien por tener que trasladar el cuerpo del asesinado ex presidente de Bolivia Gral. Juan José Torres a México, debió interrumpir su investigación); al norteamericano Rolando Pérez, quien publicó una muy útil Guía de Archivos, editada conjuntamente con el abogado César García Belsunce; y al historiador miembro renunciante de la Academia Nacional de la Historia Roberto Marfany, quien desde los balcones del AGN aplaudía a la aviación insurgente el primer intento por derrocar el gobierno de María Estela Martínez de Perón (XII-1975).

Luego de haberse vuelto insoportable la vida política, en especial tras el desgraciado fracaso en concretarse la fórmula conciliadora Perón-Balbín (de cuyo fracaso no estaban exentos de culpa muchos correligionarios y supuestos revolucionarios), y tras haberse tornado también insostenible mi supervivencia en Buenos Aires, pues había sufrido una especial marginación de los claustros universitarios durante el interregno Cámporo-Isabelino (1974-1975), la "desaparición" de amigos y ex compañeros de infortunios (el matrimonio Teste, Carlos Capitman, Oscar Didio), y un traumático conato de secuestro al inicio del Proceso (V-1977) --frustrado merced a los alaridos de mi madre y a la intervención del vecino y finado Coronel Morelli a la sazón Jefe de Coordinación Federal (quien presumía venían por él)-- que me hizo tomar conciencia, si quería salvar mi vida y el material documental hasta entonces acumulado, de la necesidad ineludible de alejarme del país interrumpiendo mis investigaciones y emprendiendo un segundo exilio en USA y México. Debo señalar que en aquella infausta oportunidad elevé por escrito al General Videla una carta denunciando el atentado sufrido, cuya copia con el sello de la Mesa de Entradas de Presidencia entregué en mano infructuosamente a Miguel Torres Duggan, brazo derecho de Bartolomé Mitre (renieto), y a Leopoldo Moreau, lugarteniente del General Teófilo Goyret, interventor de La Opinión . Y en el despacho del Secretario del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical le describí al Jefe de la custodia policial de Ricardo Balbín la catadura física de quienes irrumpieron en mi domicilio, quienes se dirigían entre sí con grados militares pero sin el consabido pronombre posesivo del "mi". Esta descripción le hizo exclamar al propio jefe policial su asombro por la naturaleza lumpen de los reclutados para las tareas denominadas "sucias".

De dicho segundo exilio debo agradecer a Susan M. Socolow haber gestionado mi beca en Washington University, y a mis profesores Evelyn Hu de Hart, Mark Burkholder y Pedro Celso Uchoa Cavalcanti, y en especial a Richard J. Walter por haberme instruido y asesorado con infinita paciencia en los comienzos de mi carrera académica en dicha universidad. También hago extensivo mis agradecimientos a los profesores Alvin Gouldner y Paul Piccone por haberme autorizado a escuchar sus cursos y seminarios; al filósofo y padrino de boda Harold Jordan, por haberme puesto en contacto con la American Civil Liberties Union (ACLU), y con la revista Denuncia (Nueva York), lugares y medios donde pude explayarme públicamente acerca de la naturaleza genocida de la dictadura argentina; y al poeta mestizo y veterano de Vietnam John Tieman, al crítico literario alemán Bernhard Zimmermann, a la artista mexicana Judith Guerra y al malogrado politólogo chileno Alberto Palma y Sra., por haber hecho más amigable nuestra estancia en St Louis, Missouri. Más luego, una vez en Madison (Wisconsin), debo agradecer a la etnohistoriadora Mary Crain, al humanista Richard Glotzer, al sociólogo rural David Kaimovitz, al psicólogo colombiano Octavio Henao, al Nica Sandinista Marvin Ortega, al historiador danés Asgar Simonsen, al bioquímico argentino Rodolfo A. Ugalde y señora, al historiador chileno Eduardo Cavieres y a la bibliotecaria Susan Vilbrandt, por haber hecho factible y familiar nuestra temporada en Wisconsin. También debo extender esta gratitud a mi suegra Maria Otilia Camicia de Mendilaharzu que nos ayudo en momentos críticos; al curita Colombiano que nos desposó; a Socorro, la inmigrante mexicana que me consiguió trabajo en una desmotadora de maíz; y al estudiante judío que pese a haberme escuchado hablar en público contra los bombardeos de Sabra y Chatila, me empleó en una empresa de regalos navideños, ambos cuando se me había vencido la beca y nos vimos compelidos mi mujer y yo a trabajar como obreros ilegales. Y una vez en México, a donde me trasladé por tierra merced a los buenos oficios de John Tieman, veterano de Vietnam, me reencontré con mis viejos amigos Guillermo José Salatino, Carlos Prego y Gregorio Selser, quienes me ayudaron a encontrar empleo. Y merced a la politóloga y compatriota Adriana Bianchi, de la Universidad de las Américas (Cholula), obtuve mi primer puesto docente.

Una vez restaurada las libertades democráticas en Argentina (1984) y habiendo retornado al país merced a la generosa ayuda del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), volví a frecuentar el Archivo General de la Nación, la sala de periódicos de la Biblioteca Nacional, la biblioteca del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET) y el archivo de microfilms del Centro de Historia Familiar (CHF), perteneciente a la filial porteña de la Genealogical Society de Salt Lake City (Utah), ubicada en la sede de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Este último retorno al país me permitió verificar el colaboracionismo con la cadena burocrática represiva, o terrorismo de estado, desplegada por algunas instituciones claves de la cultura argentina (la Academia Nacional de la Historia , el Episcopado y los grandes medios de prensa [ La Nación , Clarín ]), así como la indiferencia moral para con los Desaparecidos por parte de algunos célebres "exilados". Por otro lado, esta nueva incursión archivística me otorgó la oportunidad de continuar la investigación forzosamente interrumpida en 1977, esta vez para trabajar con documentación judicial, eclesiástica, presidencial y ministerial, y con fuentes periodísticas y electrónicas, razón por la cual tengo que mencionar al múltiple y heterogéneo grupo humano que compartió esta aventura intelectual, el cual se reunía en el AGN, el Instituto Ravignani, y el bar Salisbury, y estaba conformado por orden de aparición por Hugo Lamas, Silvia Palomeque, Carmen Sesto, Erich Poenitz, Carlos H. Waisman, Olga Bordi de Ragucci, Gastón Doucet, Juan Méndez Avellaneda, Héctor Noejovich, Carlos Rezzónico, Waldemar Roldán, Andrés Regalsky, Roberto Di Stefano, Leonardo Senkman, Ricardo Weinmann, Ana María Presta, Gregorio Caro Figueroa, Carlos Jáuregui Rueda, Mónica Adrian, Clara Brafman, Clara Byron, Daniel Campione, José Eizycovich, José O. Frigerio, Marta Bechis, Dedier Marquiegui, Oscar Chamosa, Rodolfo González Lebrero, Carlos Birocco, Mercedes Avellaneda, Gabriela Gresores y Tomás Platero, las malogradas Elena Revok y Marcela Nari, el hindú K. K. Roy, las tucumanas Diana Balmori y María Celia Bravo, el paraguayo Mario H. Pastore, los bolivianos Fernando Cajías y María Eugenia del Valle de Siles, los peruanos Luis Miguel Glave y José Antonio García Vera, el cubano José C. Moya, el francés Jean Piel, el inglés Rory Miller, el español Guillermo Mira, el colombiano Eduardo Pérez O., el canadiense David Sheinin, el holandés Hans Vogel, el italiano Loris Zanatta, los alemanes Ruprecht Poensgen y J. Meisner, y los norteamericanos Sandra McGee Deutsch, Donna Guy, Erick D. Langer, Robert McCaa, Kristine Ruggiero, Joan Ellen Supplee, John C. Chasteen, Barbara Ganson y Ward A. Stavig, entre muchísimos otros investigadores perdidos en el olvido.

Hago propicia la oportunidad para extender mi deuda de gratitud al Decano Normalizador Norberto Rodríguez Bustamante, por haberme asignado en 1984 la dirección del vacante Instituto de Historia Argentina "Dr. Emilio Ravignani"; al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), por haberme incorporado a sus filas como Investigador de Carrera; a Mario Albornoz por haber impedido que las camarillas o redes de poder faccioso enquistadas en UBACYT me negaran un pequeño subsidio con el cual pude adquirir mi primera computadora XT; y a Joseph P. Sánchez y la Colonial Latin American Historical Review (CLAHR) por haberme depositado su confianza. A León Pomer por haberme instado a la lectura de Edgar Morin. A Daniel Santamaría por haber prestado su nombre para evitar que por motivos burocráticos me excluyeran del CONICET. A mis discípulos Lucía Gálvez de Tiscornia, Pablo Lacoste y Juan Luis Hernández, quienes me eligieron para colaborar con sus respectivas tesis académicas. A los colegas bolivianos René Arze Aguirre, Florencia Ballivián, Josep Barnadas y Gustavo Prado Robles; y a los chilenos Eduardo Cavieres, Armando De Ramón, Eduardo Devés, Leonardo León-Solís, Javier Pinedo, Sergio Villalobos, y el extinto Sergio Vergara Quiróz por la hospitalidad brindada en diversos eventos académicos organizados en Bolivia y Chile respectivamente. A Augusto Ramallo Antuñaco por haberme despertado con su indigenismo autóctono de la perplejidad eurocéntrica. Y al historiador de Oriente Antiguo Bernardo Gandulla, la astrónoma Beatriz García, el químico Rolando Quirós, el cuasi-biólogo Alex Méndez, y el sociólogo chaqueño Jorge Próspero Roze, con quienes participé en la Lista de Discusión electrónica Pol-Cien en una larga y hasta hoy frustrada campaña contra la camarilla, la exclusión y la discriminación en las universidades públicas argentinas, experimentadas a partir de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (1987), agudizadas a posteriori del Pacto de Olivos (1994) y aún subsistentes diez años después (2004).

En este largo viaje de ida en la investigación y análisis en fuentes archivísticas, hemerográficas, bibliográficas, periodísticas y electrónicas, que se extendió incluso al análisis de la historia mundial (ver el World History Center de la Northeastern University), tuve finalmente que encarar un inevitable viaje de retorno y de síntesis o retrodicción. Para esta necesaria e ineludible experiencia de reintegración creativa o abducción Peirceana --que aconteció en medio de un brutal y prolongado proceso de regresión económico-social alimentado por un extenso arco de complicidad cultural y universitaria-- debo extender mi gratitud a las conferencias organizadas por el Club del Progreso al haberme brindado la oportunidad de presentar alguno de mis trabajos. A los Seminarios y Conferencias de Historia de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) dirigido por el Dr. Carlos A. Mayo, de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), dirigido por Ricardo Salvatore, y de la Universidad Nacional de Luján (UNLu), dirigido por Susana Murphy, por haberme permitido participar con mis lecturas, críticas y ponencias. A la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino y al filósofo y mitólogo Estéban Ierardo por haberme introducido al mundo de los mitos y de las mitologías griega y romana. A la psicoanalista tucumana Marta Gerez Ambertin por la conferencia que le escuché sobre la privación de archivo en el trauma de la conquista. Al novelista y ex copresidiario Carlos Tobal por haberme dado la oportunidad de conocer y dialogar con Raúl Sciarretta. Al etnohistoriador Guillermo Wilde por haber actualizado mis conocimientos antropológicos. Al politólogo Gastón Wright por haberme permitido frecuentar la bibliografía más reciente en ciencia política. A María Inés Rodríguez, quien aceptó brindar como lugar formal de trabajo el Museo Roca, actualmente bajo su dirección. A Eduardo Vega Cazenave, Norma Raimondo y Alex Méndez quienes apuntalaron mis conocimientos informáticos. Y a Susana Mase, por sus invalorables trabajos de traducción.

Una especial referencia debo hacer a la inestimable colaboración prestada por Federico Fernández Burzaco, y su firma Papyros Digitales, al haber tomado la ardua empresa de diseñar el sitio electrónico con toda mi obra incluida. Diseñar la estructura de este sitio web significó evaluar los contenidos de la obra completa. Un detallado análisis del peso y formato de cada archivo original, la localización de innumerables tablas, cuadros, apéndices, listados, gráficos e imágenes; la enhebración de numerosos vínculos internos y externos, que la integran al concierto historiográfico nacional y mundial; y la combinación de diversos formatos de archivos electrónicos con el fin de que la obra esté disponible en internet con una practicidad y agilidad adecuada a todos los navegantes.

También apoyaron y ayudaron en la construcción de esta obra: en el Archivo General de la Nación, desde los mismos comienzos de esta investigación a partir de 1966: los funcionarios y empleados Sara Bernard, María Olivan de Di Lauro, Concepción Santana de Horrisberger, Diana Borlenghi de Mira, Adriana del Agua de Huter, y María Marta Barrera, y luego de 1984 Esther González y Liliana Crespi. Quiero además recordar a la recepcionista Nélida Beatriz Gallardo y a los ordenanzas del Archivo que me ayudaron durante años a trasladar centenares y miles de legajos y protocolos entre quienes debo destacar a Sebastián Sánchez, Gregorio Leguizamón, Nicolás Cabrera, Armando D´Agostino, José Pascual Broña y el finado Pedro Aceto. En el Archivo de Geodesia del Ministerio de Obras Públicas en La Plata, a José María Prado y José Thiel, quienes durante años fueron fieles colaboradores de la investigación histórica. En la Universidad Torcuato Di Tella colaboraron desinteresadamente Mabel Villegas y Stella De Gregorio; en ICANA: Cecilia Holmsburg; en la Academia Nacional de la Historia: Violeta Antinarelli, Gabriel Lerman y Ariel Otero; en el Centro de Investigaciones Antropológicas y Filosóficas (CIAFIC): Marinela Noriega; en la Universidad de San Andres: Moira Guppy; en el CAICYT: Lilia Ottolenghi y Mónica Klibansky; en el Banco Central: Marta Gutiérrez de Platero; así como al personal del archivo de la Iglesia Mormónica, y a Luis y Alberto Lacueva de la librería Platero, Pablo Pazos de la librería Guadalquivir, y el staff de las librerias: Norte, Ghandi, Prometeo, y Paidós. Debo finalmente señalar que por la desidia e incuria de las actuales autoridades del Archivo General de la Nación (AGN) muchos de los protocolos notariales se han dañado en forma irreparable (aparentemente debido a un anegamiento), al extremo de habersélos retirado de la consulta sin explicación pública alguna.

Por último, debo destacar un recuerdo especial para mis abuelos Fernando Saguier y Agustín Isaías de Elía quienes con el padecer de sus respectivas adversidades y su inconcluso antagonismo político (Radical-Conservador) me inspiraron la vocación por la historia y me transmitieron a su vez una contradictoria deuda o mandato que lo interpreté como un deber de memoria y de transformación histórica, con el cual impedir la repetición de infaustos períodos históricos, y mediante el cual fuí elaborando una compleja identidad personal y un no menos conflictivo destino individual. A Natasha Rosenberg por haberme proveído de una valiosa Enciclopedia; a Tom Kelly, a Carlos Bossi y a Ricardo Bengolea por su generoso apoyo en los primeros años de mi investigación; a Héctor Cohan y Ezequiel Elía, libreros anticuarios (o de viejo) que en el pasado me brindaron su generoso apoyo; y a Dan Hazen, Ezequiel Raggio, José Fernández Vega, Horacio Ciafardini, Federico Urioste, Marcos Giménez Zapiola, Héctor Sandler, Juan José Rosenberg, Enrique Pugliese y el malogrado Jorge Sivak por haberme brindado sus desinteresados comentarios. Quiero reiterar una mención especial para con los sociólogos Patricio Biedma y Hugo Perret, y los abogados Jorge Horacio Teste y Mónica Schteingart de Teste, cruelmente "desaparecidos", que en tiempos despiadados de nuestra historia alentaron esta obra. Finalmente, a mi madre por los sinsabores padecidos; y a mi mujer, María Cristina Mendilaharzu, por su constante, abnegado e incondicional apoyo durante todo el trayecto de este largo viaje de ida y de vuelta, sin el cual esta obra no habría culminado, ni tan siquiera habría tenido lugar.

 

Eduardo R. Saguier

 




 
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